Una pequeña fábula para reflexionar sobre la suerte
Hubo una vez un hombre que poseía grandes tierras y que en el mundo, tenía solamente dos criaturas a las que consideraba sus más grandes tesoros: su único hijo y un caballo pura sangre, que era el mejor de sus caballerizas. Sin embargo, cierto día este último se perdió al salir de los establos, pues alguien se había olvidado de asegurar la puerta. La gente cercana a su propietario se lamentó por ello pero él simplemente, se limitó a aceptar la suerte que le había tocado.
Al poco tiempo el caballo volvió, esta vez trayendo consigo a una hermosa yegua y unas cuantas crías que se adivinaba que pronto serían magníficos ejemplares. Todos pensaron que la fortuna volvía a sonreírle a aquel hombre, que se alegró mucho de la llegada del animal.
Tiempo después, su hijo se accidentó tratando de domar a uno de los nuevos caballos y su pierna se vio sumamente afectada. Los médicos determinaron que iba a cojear de por vida, y aunque todos volvieron a sentir lástima una vez más, su padre aceptó las circunstancias de una manera tan digna como le fue posible. Un par de años más tarde estallaría una guerra, en la cual todos los hombres de la región serían enlistados. El muchacho fue el único que se salvó, debido a la condición de su pierna.
A lo largo del tiempo, aquel terrateniente había aprendido que no siempre se tiene el control sobre lo que nos pasa en la vida. Es por ello que en vez de mortificarse, trataba de seguir adelante y dejar que las cosas siguieran su transcurso natural.
En toda desgracia siempre existe la posibilidad de sacar un beneficio, aunque tardemos bastante en darnos cuenta de ello. De ti depende el como decidas mirar hacia la vida a pesar de las adversidades, pues la buena o la mala suerte no existen, ni controlan tu destino.